El entretenimiento americano puede llevar historias LGBT alrededor del mundo

(Este artículo también estádisponible en inglés)

Nací en la Ciudad de México, y crecí en una ciudad en sus afueras. Tengo una familia pequeña pero cercana (mis padres, mi hermano, y una serie rotante de mascotas), y siempre llevamos una vida tranquila de clase media-alta. Soy el primero de mi familia en mudarme fuera del país.

No soy estadounidense, ningún miembro de mi familia es estadounidense, y no crecí en Estados Unidos. Y, sin embargo, desde que tengo memoria, el entretenimiento americano siempre ha estado profundamente arraigado en mi vida.

Cuando me mudé a Los Ángeles hace tres años para la universidad, no tuve ningún problema en poder referenciar la cultura popular local. Sí, he visto las diez temporadas de Friends, vi todos los episodios de Rugrats y Hey, Arnold y fui al estreno de la primera película de Harry Potter. Comparto gran parte de una cultura popular con la mayoría de los estudiantes en Estados Unidos.

Esto dice mucho. 

Sin embargo, tengo que hacer una distinción importante. Por mucho que haya tenido una infancia repleta de personajes de Disney y episodios de series clásicas, crecí sin ningún tipo de contenido LGBT alrededor. Sí, siempre han existido series y películas con personajes gay: ya sea a la cabeza como en Queer as Folk o Boys Don't Cry, o con historias más sutiles como en Freaks and Geeks o My So-Called Life. Pero honestamente no puedo recordar su presencia en mi televisión o en las salas de cine de mi ciudad.

Tal vez algunas de estas series y películas nunca llegaron a mercados internacionales o, si lo hicieron, tuvieron una distribución callada y limitada. Tal vez la sociedad mexicana (todavía basada en valores muy conservadores) censuró ese contenido y nunca lo pude encontrar. De lo que estoy seguro es que mi exposición a la comunidad LGBT a través del cine o la televisión fue sumamente limitada, casi inexistente.

Y luego llegó Ugly Betty.

Ugly Betty (creada por la cadena ABC en 2006) tenía un atractivo enorme para el público mexicano: era una serie basada en la telenovela colombiana Yo Soy Betty la Fea, que años después fue adaptada para México con un éxito inverosímil. Salma Hayek (una de las actrices nacionales más preciadas) era una de las mentes creativas detrás de esta nueva versión, que en ese entonces era uno de los pocos programas con protagonistas latinos. Esas fueron razones suficientes para que canales locales lo adquirieran y llegara hasta mi televisor.

Además de todo esto, Ugly Betty tenía no solo uno, sino dos personajes gay, uno de los cuales (Justin Suarez, interpretado por Marc Indelicato) estaba pasando por el mismo proceso de salir del clóset en el que yo me encontraría años después, dentro de una situación cultural muy similar a la mía. Por primera vez en mi vida pude ver rastros de mi propia identidad en un programa que al mismo tiempo era popular en mi país; un país que estaba años atrás en cuanto a inclusión LGBT.

Se debe admitir que hace diez años el panorama de la industria de entretenimiento era sumamente diferente. En aquel entonces, si de alguna forma yo hubiera oído sobre una película o serie con contenido gay, tendría que haberlos buscado en canales de televisión escondidos, o pasillos vacíos de Blockbuster. Streaming por internet no era una opción. Pero la accesibilidad ya no es un problema hoy como lo fue para mí. Si alguien hoy  oye acerca de Faking It por alguna red social, va a encontrar una forma de verlo.

Precisamente por esto, el poder y responsabilidad de los medios americanos importan hoy más que nunca. Los estudios y las cadenas deben de entender que tanto la sindicación de series como el fácil acceso a internet hacen que su contenido esté disponible a millones de más personas que lo que los números en taquilla o ratings hacen notar. El entretenimiento americano pocas veces se queda en Estados Unidos.

Durante la última década hemos llegado muy lejos en la sociedad en cuanto a aceptación para la comunidad LGBT. Somos ya una parte esencial de la conversación cultural. No tendríamos por qué cazar nuestras propias imágenes como yo lo hice cuando era niño. Historias LGBT deben de existir en todos los rincones del mundo, para quienes están inconscientemente buscando personajes que reflejen sus mismas identidades y luchas, y para todos aquellos que nunca han conocido a una persona LGBT en vida real. Debe de existir en los cines de mi ciudad natal, en televisiones a través de los océanos, y dentro de una diversidad de historias mucho más amplia que lo que hemos visto hasta ahora.

Estados Unidos ofrece cada semana (cada día, en algunos casos) las historias más vistas en el mundo. Es un impacto enorme cuando el público puede verse como parte de la aventura. Es inspirador. Es poderoso. Puede llegar incluso a ser sanativo.

Debemos de poder vernos en esas historias universales que resuenan con todos, en cualquier parte del mundo, sin importar el bagaje cultural. Una súper heroína lesbiana. Una comedia romántica estelarizada por una pareja del mismo sexo. Un protagónico transgénero en una serie policial.

Algún día todo será diferente. Un día, algún niño en la Ciudad de México va a poder poner un canal de televisión local, y encontrar una telenovela encabezada por dos personajes masculinos, y va a poder verse reflejado en su propia cultura (aunque vemos algunos personajes LGBT en telenovelas, no son suficientes, y casi siempre en roles secundarios). La reciente legalización del matrimonio de parejas del mismo sexo en México es una señal que esto no está tan lejos como crecí pensando.

Pero hasta que ese día se convierta en una realidad para todos, la gente alrededor del mundo va a continuar buscando el éxito y familiaridad de las películas y series estadounidenses. A cambio, ellos deben reflejar la diversidad del mundo que los ve.